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Una capilla enclavada en las colinas de Nueva Gales del Sur, Australia. De sus paredes emana un humo envolvente y tranquilizador, con notas de madera de cade ahumada, casi quemada, apoyada por el incienso de Somalia que arde con fuerza. En el interior flota una atmósfera propicia para el ascetismo, esa disciplina destinada a la perfección espiritual a través de repetidos esfuerzos: aquí tienen el aroma herbáceo de la angélica mezclado con la vivacidad de la mandarina. En el fondo, el almizcle animal se hace eco de la naturaleza del hombre.
Una fragancia que rinde homenaje a los recuerdos de la infancia de Naomi y a las raíces escocesas de la familia.